domingo, 22 de junio de 2008

La luftwaffe que no conocimos

A pesar de que dentro del estudio del fenómeno ovni la hipótesis más extendida sea la de su presunto origen extraterrestre, existen numerosos expertos que opinan que hay suficientes razones de peso como para considerar que en muchas ocasiones nos encontramos ante aparatos fabricados por el ser humano.


Durante el mes de diciembre de 1944 corrían intensos rumores entre las fuerzas aliadas sobre el desarrollo por los alemanes de nuevas e increíbles armas secretas llamadas a cambiar el curso de la contienda. El autor Renato Vesco, en un libro de una gran riqueza técnica aunque muy poco conocido titulado Intercetelli sensa sparare, defiende la existencia real de inéditos desarrollos aeronáuticos construidos durante las postrimerías de la guerra en las instalaciones de la Wiener Neustadt. Otro gran historiador militar, el mayor Rudolph Lusar, en su antológico German secret weapons of world war II, nos introduce igualmente en el fascinante mundo de la tecnología secreta nazi.


"Interceptar, pero no disparar?" esta ha sido la orden que pilotos de combate de todo el planeta han recibido desde que en 1947 comenzaran a ser acosados sistemáticamente por estos misteriosos aparatos. El 24 de junio de aquel año, un piloto privado llamado Kenneth Arnold inauguró la edad moderna de los ovnis al divisar una formación de nueve aparatos que parecían sacados de la imaginación de un escritor de ciencia-ficción. Más de medio siglo ha transcurrido desde aquel histórico momento y, a pesar de ello, nadie ha sido capaz de dar respuesta al enigma más apasionante del siglo XX: la naturaleza y procedencia de estos aparatos.


En las jornadas que siguieron a este primer avistamiento, los periódicos americanos se llenaron con casos semejantes. Aquel mismo día, el prospector de minerales Fred Jonson declaró haber presenciado el paso de la misma "escuadrilla" avistada por Arnold. El avistamiento se prolongó por espacio de unos cincuenta segundos, durante los cuales estos aparatos sobrevolaron a baja altura la posición del señor Jonson, que observó como mientras esto sucedía la aguja de su brújula comenzaba a girar de manera incontrolada. A este siguieron otros casos que acapararon la atención del público durante todo el mes, los cuales, curiosamente, parecían verse limitados exclusivamente a la esquina noroeste de los EE.UU.


Un poco de ciencia-ficción

Durante la primavera de 1949, contando con apenas una docena de informes repletos de datos irrelevantes, que fácilmente podían ser relacionados con fenómenos ordinarios que nada tenían que ver con los ovnis llevó a los investigadores de la comisión Hyneck a esperar cándidamente que los avistamientos se irían desvaneciendo de una manera gradual y espontánea. No fue así, y nuevos casos fueron contrariando sistemáticamente estas expectativas oficiales. Mientras, los medios de comunicación se convertían en foro abierto en el que se discutía la naturaleza y procedencia de estos aparatos. Sesudos profesores adoctrinaban a la población sobre las posibles virtudes de la antigravedad mientras una trouppe de desaprensivos pretendía montar fraudulentos espectáculos mediáticos a costa del fenómeno (en realidad la cosa no ha cambiado tanto en cincuenta años).


A principios de junio de 1952, la fuerza aérea estadounidense tenía que vérselas con otra gran oleada. Esta vez, los no identificados se permitían el lujo de jugar impunemente con los pilotos que pretendían interceptarles y en el colmo del descaro incluso sobrevolaban el espacio aéreo de la Casa Blanca a velocidades cercanas a las 7.200 millas por hora. Los expertos militares sacaron de esta experiencia una conclusión inequívoca. Fuera lo que fuera aquello, indudablemente estaba controlado por algún tipo de inteligencia. Más tarde, las apariciones se trasladaron a la zona de los grandes lagos. La prensa no dejó de hacerse eco de esta nueva oleada y esta vez el tono de los periodistas tenía un cierto tinte acusador hacia unas fuerzas aéreas que permitían que aparatos desconocidos sobrevolasen sin control el cielo de su país.


Pero lo cierto es que esta historia había comenzado mucho años antes, en 1944, con unas misteriosas luces que aparecieron sobre los cielos de la cuenca del Rhin. Debajo, en la agonizante Alemania de las postrimerías del Tercer Reich, técnicos y científicos se afanaban en ultimar armas secretas que cambiasen el curso de la contienda. Aparecieron nuevas tecnologías como los infrarrojos, que dotaron a los pilotos de cazas y bombarderos nocturnos de unos ojos mágicos que les permitían taladrar las tinieblas para descubrir al enemigo. En este entorno fue donde aparecieron los llamados Foo Fighters o Kraut Balls, misteriosas esferas luminosas que acosaban a los pilotos aliados durante sus incursiones.


El revolucionario armamento antiaéreo alemán

Los servicios de inteligencia aliados comenzaron de esta manera a saber de la existencia de toda una nueva generación de armas que, de haber llegado antes, podrían haber supuesto una última esperanza para el régimen nazi. Los químicos desarrollaban proyectiles cargados con gases que explotaban violentamente al penetrar en los carburadores de los motores enemigos. Los ingenieros trabajaban en los llamados cañones sin proyectil, destinados a derribar a los bombarderos americanos mediante violentas corrientes de aire a presión. Los laboratorios de Telefunken trabajaban sin descanso en el desarrollo de mísiles guiados por televisión, en cuyas pruebas se consiguió hundir un par de buques aliados sin que ni siquiera supieran de donde les había venido el golpe mortal.


Al final de la contienda, todos estos desarrollos fueron sistemáticamente por las autoridades de los países aliados. Mucho se ha hablado del papel de los norteamericanos en este sentido, pero mucho menos conocido e igualmente relevante es el de los británicos, en cuya zona de influencia quedaba el llamado reducto alpino, la zona de Alemania donde se encontraban la mayor parte de los laboratorios secretos. Su industria aeronáutica se vio beneficiada por múltiples de estos nuevos conceptos, entre los que destacaba el denominado avión de succión, que empleaba la succión de aire como parte de su fuerza sustentatoria, lo que le permitía despegar en espacios muy cortos y alcanzar velocidades inusitadas para la época.


Así, los años 50 constituyeron una época de espectaculares posibilidades para la industria aeronáutica, coincidiendo con la época de mayor esplendor del fenómeno ovni. Como continuación de los trabajos iniciados con el avión de succión, se comenzó a experimentar con la aerodinámica de las superficies porosas, un concepto que permitía que el propulsor se encontrara encerrado dentro de la propia superficie de sustentación del aparato. A este respecto, el ministro de aeronáutica Sir Ben Lockspeiser anuncio públicamente el desarrollo por parte de la industria británica de nuevos modelos de aeronaves que en nada se parecían a las conocidas hasta ese momento. En realidad se refería al desarrollo de un aparato similar a un platillo volante y basado en un proyecto alemán llamado Luftschwamm (esponja aérea), que se desplazaba sobre un colchón de aire generado por una potente turbina encerrada en el interior de un casco poroso.


Proyectos fantasma

A pesar de la considerable propaganda que en su momento se hizo alrededor de estos proyectos, en un momento dado desaparecen totalmente de la escena pública envueltos en una niebla de endebles justificaciones y dejando sin justificar un agujero de cientos de millones de libras. Tras los espectaculares anuncios de "aeronaves sin piloto", "aviones sin necesidad de combustible" y aparatos con velocidades de crucero de más de 3.000 millas por hora sólo quedaron un montón de preguntas y ninguna respuesta satisfactoria. No obstante, queda constancia de que los ingenieros británicos trabajaron por aquellas fechas en lo que denominaban aparatos de estabilización giroscópica, naves discoidales cuyos bordes giraba rápidamente sobre sí mismos mientras que en la cabina, en forma de cúpula, permanecía estacionaria en el centro.


Durante la gran oleada de 1954, el periodista Franco Bandini hacía retóricamente a sus lectores la siguiente pregunta: "a la luz de la lógica y de nuestra experiencia sobre los métodos generalmente empleados por las grandes potencias en el desarrollo de armamentos, ¿Podemos barajar de una manera razonable la posibilidad de que estemos ante algún tipo de arma secreta?" ¿Es posible mantener un secreto de estas características? Por supuesto que sí, no tenemos más que recordar que los ciudadanos americanos supieron de la existencia de la bomba atómica al mismo tiempo que los desdichados habitantes de Hiroshima. sin ir más lejos, los propios alemanes fueron capaces de ocultar factorías enteras bajo tierra que jamás fueron descubiertas por la multitud de espías y aviones de reconocimiento que intentaban infructuosamente dar con los centros secretos de la producción bélica germana.


Las cantidades de dinero precisas para llevar a cabo tan magnos proyectos a espaldas del público se obtienen sin ninguna dificultad (no hay más que recordar el llamado escándalo de la R. A. F. en la Inglaterra de los años 50, o el estadounidense caso Irán-contra). Por último, la teoría del origen extraterrestre de estos aparatos proporcionaría la pantalla de humo perfecta para sumir en la más absoluta perplejidad a todo aquel que quisiera adentrarse en el estudio de los no identificados y, de paso, establecería un escenario ideal para la puesta en práctica de siniestras operaciones de control mental.


Los ovnis de Marconi

El tema de los ovnis fabricados por el hombre no quedaría completo sin hacer siquiera una mención a una creencia moderadamente popular en Italia y en algunos lugares de América del Sur según la cual, el inventor Guglielmo Marconi habría levantado una ciudad secreta en algún lugar del continente americano. Su yate, el Electra, era un verdadero laboratorio flotante en el que realizaba los más variados experimentos y con el que hacía continuos y misteriosos viajes a Venezuela por alguna desconocida razón. Narciso Genovesse, en su libro Mi viaje a Marte, fue quien hizo la contribución decisiva para popularizar la historia de la ciudad secreta de los Andes. En él, describe sus viajes interplanetarios a bordo de los platillos volantes construidos por Marconi y sus descendientes.

Al margen de estas rarezas, lo cierto es que durante los últimos diez años han salido a la luz diversas informaciones que parecen apuntar en el sentido del desarrollo por parte de los alemanes de aeronaves muy poco convencionales al final de la Segunda Guerra Mundial. De hecho, todo parece indicar que, como de costumbre, algunos de los pedazos más suculentos de la historia de esta contienda han sido sistemáticamente sustraídos del conocimiento público en beneficio de la ?seguridad nacional?, incluido el epílogo que protagonizó el almirante Byrd en 1947, al mando de una fuerza de intervención cuya misión era invadir la Antártida (pero esa historia la reservaremos para otra ocasión). Hay un pequeño detalle, estúpido si se quiere, pero que siempre me ha hecho reflexionar sobre esta cuestión: ¿Se han fijado ustedes que los platillos volantes de los 50 tienen aspecto de aparatos de los años cincuenta, los de los 60 tienen el aire típico de la década prodigiosa y así sucesivamente hasta llegar a nuestros días? ¿Acaso los extraterrestres están al tanto de nuestras modas y tendencias en el diseño industrial? Personalmente no lo creo? Es posible –solo posible- que alguien haya puesto todo su esfuerzo en condicionarnos para creer los aparatos que llevamos cincuenta años viendo surcar ágilmente los cielos proceden de otros planetas, cuando la realidad, podría ser muy distinta y mucho más siniestra. Si la CIA ya ha admitido públicamente que escenificó avistamientos ovni de cara a la opinión pública, ¿cuánto nos queda por saber de este tipo de manipulaciones? Por todo ello, querría acabar este reportaje reproduciendo el decálogo establecido en su momento por el investigador Renato Vesco y que todo aficionado a los ovnis debería, cuando menos, tener en cuenta:


1.Muchos de los avistamientos ovni han sido generados por aparatos completamente terrestres, fabricados con tuercas y tornillos como cualquier otro.


2.El fenómeno no ha adquirido una dimensión apreciable hasta finales de la Segunda Guerra Mundial.


3.Antes y durante la contienda se experimento con toda una panoplia de medios alternativos de propulsión.


4.Los nazis experimentaron con aeronaves de forma discoidal y tubular.


5.Durante la invasión aliada, algunos de estos aparatos fueron utilizados, como los conocidos foo-fighters.


6.Americanos y británicos se llevaron la parte del león de la tecnogía nazi, incluyendo a sus más brillantes cerebros.


7.Algunas divisiones alemanas se ocultaron al final de la guerra en bases secretas en la Antártida y las selvas de Sudamérica.


8.Toda la tecnología creada por los nazis fue posteriormente desarrollada por los aliados, incluidos los misiles teledirigidos y los aviones a reacción. Curiosamente, nunca se volvió a saber de las naves discoidales.


9.Durante la segunda mitad de la década de los cuarenta y la primera de los cincuenta se produce un inusitado número de avistamentos en especial en Norteamérica, América del Sur y sur del continente africano.


10.A pesar de tratarse oficialmente de alucinaciones colectivas, globos sonda y gas de los pantanos, los documentos relativos a los ovni siguen siendo guardados con extremado celo bajo sellos de alto secreto.


Si juntamos todas estas piezas, es difícil no llegar a la conclusión de que algo muy extraño lleva sucediendo en este planeta desde hace más de cincuenta años. Tampoco debería extrañarnos. Ya se sabe que la realidad tiende la mayor parte de las veces a ser más extraña que la ficción.

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